COLUMNISTA
“No puede haber empresas exitosas en sociedades que fracasan, y la sociedad está bien cuando sus niños están bien”
Esta frase nos llama a la reflexión sobre cómo imaginar éxitos empresariales genuinos y sostenibles en escenarios de crisis, de recuperación económica cíclica y de pobreza estructural instalada. Sin lugar a dudas, constituye una de las preocupaciones y desafíos que más esfuerzos ocupa en nuestro accionar.
Quienes nos desempeñamos en el sector privado, nos venimos enfrentando desde hace algunos años a contextos globalizados cada vez más complejos a nivel social y económico, en los cuales los ciudadanos demandan y exigen en forma activa el respeto de sus derechos como consumidores o mayor conciencia en temas de cuidado y preservación del ambiente, por ejemplo. En medio de este panorama, y frente a una demanda ciudadana creciente, tenemos el deber de aplicar los mismos criterios de calidad que rigen nuestra labor empresarial al desarrollo de nuestro compromiso social, la profesionalización y el constante aprendizaje.
Para quienes trabajamos en organizaciones empresariales (grandes, medianas o pequeñas) asumir nuestro compromiso con la comunidad es una realidad ineludible: la empresa es corresponsable de los problemas y desafíos a los que se enfrenta la sociedad porque su propia operación conlleva impactos, y allí es donde se requiere un gerenciamiento responsable y sustentable. Ya no son sólo entidades que tratan de beneficiarse económicamente a través de la colocación de sus productos y la obtención de utilidades, sino que se constituyen en un ciudadano más, un ciudadano que debe involucrarse en las necesidades sociales y sus soluciones.
Y es en este sentido que debemos tomar conciencia sobre la situación que atraviesa la infancia, no sólo en nuestro país y en la región, sino en el mundo: ese mundo en que nos desarrollamos. Muchas veces hemos escuchado o leído “la mayoría de los niños son pobres; la mayoría de los pobres son niños”, pero ¿alguna vez pensamos o analizamos el impacto que esta situación de vulnerabilidad perpetuada tiene sobre nuestra gestión empresarial?
La infancia es no sólo futuro, sino también -y sobre todo- presente. Y es en sí misma, nuestra gran oportunidad de mejora como sociedad. La niñez tiene la potencialidad de constituirse en punto de encuentro para los distintos actores sociales en su búsqueda por contribuir al progreso y el bienestar de todos.
Orientar nuestras estrategias y acciones de Responsabilidad Social Empresaria (RSE) a la promoción, defensa y protección de los derechos de la infancia y la adolescencia, es una decisión estratégica; aunque aún surgen algunas dudas cuando se trata de definir exactamente qué hacer o cómo hacerlo.
La respuesta, desafiante en sí misma, está en repensar nuestras prácticas de responsabilidad social en cada uno de los componentes de nuestra cadena de valor y con todos los públicos con los que nos relacionamos en torno a la infancia.
Las áreas de intervención deben estar focalizadas en los derechos básicos de los niños y niñas, tales como la educación, la salud, la protección, la nutrición, la igualdad. Partiendo de un análisis de situación y de diagnósticos fundados, las empresas tenemos capacidad de gestión e incidencia, sin que ello demande grandes inversiones.
Tenemos a nuestro alcance la posibilidad de actuar directamente sobre violaciones de derechos (tal es el caso de la erradicación del trabajo infantil o el apoyo de proyectos educativos); promover políticas públicas tendientes al respeto y promoción de los derechos de la infancia (a través de la participación en distintos espacios colectivos o por la propia potencialidad de incidencia que nos otorga nuestro rol de actor económico); fortaleciendo las capacidades de las organizaciones de la sociedad civil para actuar en situaciones de vulneración (mediante capacitaciones o programas de inversión social).
Se trata de revalorizar el lugar de la infancia en la sociedad. Y es factible hacerlo trabajando en pos de la generación de políticas explícitas al interior de nuestras empresas, de la aplicación de procedimientos profesionales de gestión; utilizando los recursos de manera planificada, transparente, basada en diagnósticos y empleando herramientas que nos permitan evaluar los resultados obtenidos.
La generación de cambios sociales, y en particular de la situación de la infancia, implica recorrer procesos con la mirada en el largo plazo, pero actuando en el aquí y ahora. Reconocer su capacidad integradora nos permite visualizarla de nuevas formas: nos abre las puertas al crecimiento y compromete a los distintos actores sociales a trabajar en pos de la concientización y ejecución de prácticas y políticas innovadoras, en la que una cultura de las responsabilidades compartidas nos permita transformarnos en una sociedad con más oportunidades para nuestros niños, y donde puedan ejercer de manera plena todos sus derechos.
Claudio Giomi
Gerente de Sustentabilidad Corporativo del Grupo Arcor
www.arcor.com
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